sábado, 5 de enero de 2008

La Semana que te amé



Ayer mis pasos se encaminaros hacia un precipicio, la decisión era mía, quedarme en tierra o echar a volar. La hierba me acariciaba los pies.

Me tiré. Pero al carecer de alas caí en picado. Cual no sería mi sorpresa al chocar contra el agua y descubrir que sabía nadar. Las olas me acariciaban el cabello.

Nadé y nadé. Los peces me acompañaban, las corrientes me empujaban para que no me cansara. Las algas me acariciaban el cuerpo ya desnudo.

A penas han pasado unas horas y sigo nadando. Quizá mañana me decida a flotar un rato y que la corriente me guíe.

Y pasó una noche y un día y otra noche más. Aquí sigo nadando, pero ahora soy velero. No me guía la corriente sino el viento, y bajo cubierta, bajo la mar, allí sumergido está mi casco, llenándose de conchitas, besado por los peces, flotando. Y la brisa me acaricia los labios.

Ya no soy velero, soy agua, me deslizo por la superficie de mi misma, soy agua de mar, salada, fría, calma y quieta. Me dejo calentar por los rayos de sol, que me acarician.

Siendo mar fui feliz dos días más, con corrientes y mareas, con tranquilidad, con cantos de gaviota. Pero ayer la luna estaba negra, unos nubarrones se rasgaron dejando chocar sus rayos en mis aguas, hoy la mar está revuelta, hoy no hay caricias para mí.


Verano 2007