lunes, 17 de mayo de 2010

Amanecer a la japonesa

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Ariasu había programado una alarma en su teléfono móvil para que sonase exactamente a las 9:10 am.

Esto venía sucediendo desde que el reloj despertador tuvo que asumir las funciones de reloj de cocina, justo en el instante en el que el propio reloj de microondas, que previamente ocupaba el cargo, se tomase la jubilación tras las explosiones sucedidas en dicho aparato una noche que su compañera Himeko calentaba la cena.

Las dos japonesas habían llegado a España con una beca para aprender flamenco, aunque la realidad era que querían aprender a hacer paellas para montar un restaurante especializado en Okinawa.

El caso es que en mitad de un sueño retrospectivo lleno de agradables novedades, comenzaron los Tres Tenores a cantarle el Nessun Dorma a Ariasu casi al oído, sacándola así del mundo onírico en el que se encontraba.

Se desperezaba con los ojos casi sin abrir mientras recorría los pocos pasos que la separaban de la ventana de su habitación, preparándose en cierto modo para el impacto solar que recibirían cuando subiese la persiana, pero ¡sorpresa! A pesar de estar el día completamente despejado, el sol aún no había ni asomado.

Confundida, llegó a la cocina, donde se sorprendió también al ver que Himeko todavía tenía la puerta de su habitación cerrada, ya que ella solía levantarse muy temprano para ir a correr y acostumbraba a dejar puerta y ventana abiertas para ventilar el cuarto.

Mientras preparaba el desayuno comenzó a elucubrar sobre las causas de estos desajustes horarios:

Quizá esa mañana Himeko se encontrase mal, o estaría cansada, o habría pasado la noche en vela, o no querría ventilar... ¡o quizá tenía compañía! No, eso sería bastante improbable... Así que siguió pensando sobre el hecho de que no hubiese salido el sol aún.

Cuando llegó a España, en su habitación amanecía alrededor de las 8:30 y, la última vez que se fijó en esto, lo hacía a las 7:50 aproximadamente, así que dedujo que quizá la rotación y la traslación en consonancia con la montaña que había cerca de su casa y los árboles del jardín hacían que, de pronto, a las 9 de la mañana, no hubiese ni rastro de sol.

Estaba tan inmersa en sus cavilaciones que no se acordó de que el microondas no funcionaba, así que al meter la taza dentro se sintió estúpida, la sacó y, justo cuando estaba vertiendo el contenido en un cazo para llevarlo al fuego, se giró rápidamente para mirar su despertador que la observaba burlón desde lo alto del inservible microondas. Marcaba las 7:07.

Resultó que, efectivamente, había programado una alarma para las 9:10, pero no había desactivado la que ya estaba para las 7:00.

¿Y por qué había puesto una alarma tan temprano un lunes, si no tenía clase hasta las 10:30?

No tenía ni idea.