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sábado, 20 de marzo de 2010

Codicia


“Mantened abiertos los ojos y guardaos de toda suerte de codicia, porque hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee.”

Esa vehemencia insaciable con la que me acuesto cada noche y me levanto cada mañana,
esas ganas de más.
Ese ansia ilimitada que me llena la cabeza.
Si guardase un céntimo cada vez... tendría un lustro de monedas,
pero solo guardo lo que puedo,
así que tengo un lustro de ilusiones,
un lustro de palabras que nunca oí y experiencias que no viví,
un lustro de sonrisas que no nacieron,
un lustro de migajas guardadas junto a un indefinible peluche amarillo y polvoriento.
Tan vulgar...
Mi tesoro es de humo, de viento, de polvo, de hoja seca, de arena de duna, voluble, intangible.
Triste.
Mi tesoro es lo que no tengo.
Mi codicia será voraz y perpetua.
Mi pecado es no olvidar.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Egoísta


El cielo se abrió y me regaló la hora más feliz y dolorosa.
La más dulce y amarga.
La más escalofriantemente cálida.
Triste final agónico...
¡Pero qué extraordinarios tres mil quinientos noventa y nueve segundos anteriores!
A pesar de las lágrimas y la decepción,
y aunque me tomen por loca.
Tu hora de puro egoísmo
fue lo más generoso que podías haberme regalado.



Blue Foundation - Bonfires

jueves, 26 de marzo de 2009

La ira de los necios


La ira es para los necios.
Llámame necia, pues.
Que ni las sonrisas me sacaron tantas palabras,
ni las caricias me hicieron tanto enrojecer.
Los puñales que escupa,
saldrán hirientes de mis entrañas,
aunque no tengan dónde clavarse
saldrán con ímpetu.
Con el mismo con que lancé ilusiones
y cayeron es saco roto.
No me pidas que me calle ahora.
Déjame sangrar como mejor sé.
Mañana todas mis palabras no tendrán sentido,
ni razón,
y preferiré haber guardado silencio.
Pero si no exploto ahora como fuego,
me derramaré después.

jueves, 12 de febrero de 2009

Mío


–¡Pero qué estas haciendo! –gritó la madre–. ¡Suelta a tu hermana ahora mismo!

–¡Ha cogido mi perro! –la muchacha la miró enfurecida–. ¡Le va a arrancar las orejas!

–¿Pero te estás oyendo? –dijo cogiendo en brazos a la pequeña que lloraba desconsoladamente–. ¡No ves que es una niña! No se te ocurra ponerle una mano encima nunca más...

–¡Pues que no se acerque a mis muñecos! –Miró al perro con tristeza y lo estrechó–. Pobrecito... ¡Mira! Ya está medio descosida –dijo mostrándole la oreja del peluche a su madre–. ¡Es mío!

–¿Te parece normal este comportamiento? Es un muñeco y tú ya no juegas con él. Sólo coge polvo en el estante junto con los otros trescientos. Deja jugar a tu hermana. –La madre cogió el perro de peluche–. Ahora le toca a ella disfrutarlo.

–¡Ni de coña! –gritó la muchacha fuera de sí–. ¡Es mi perro! ¡Es mío! –forcejeaba con su madre– ¡No lo toquéis!

El bracito del muñeco cedió y un silencio incómodo invadió la sala de estar. La madre dejó caer el muñeco al suelo y se fue con la pequeña, que chupaba entretenida un mechón de pelo como si todo aquello no fuera con ella. La muchacha ya no pudo aguantar el llanto y no dejó de llorar en todo el tiempo que tardó en recoser los trozos del peluche.

Esa tarde, vació su estantería de peluches y los tiró todos en el suelo de la habitación de su hermana pequeña. Al perro lo metió en una caja de zapatos y lo llevó al convento que había en su calle, dónde recogían donaciones para el orfanato.

Si ya no iba a jugar con él, al menos no quería ver como una estúpida mocosa lo destrozaba.

viernes, 4 de enero de 2008

La Cocina y Los Siete Pecados Capitales



Aquella tarde cuando salí de la universidad estaba empezando a llover, era uno de esos días que apetece ver las gotitas resbalar por el cristal del autobús, de esos en los que ves pasar los escaparates a la velocidad del atasco y hasta te parece bonito y... una señora se sienta a tu lado y comenta, “La que está cayendo, ¡madre del señor!”. Los días ya no duran mucho, a las 19:30 ya se encienden las farolas, así que las gotitas que resbalaban eran doradas, naranjas y amarillas. Y entonces vi a una pareja bien vestida entrar corriendo en un restaurante de la Gran Vía.

Míralos, se sentarán en sus mesitas con velitas y todo... ellos que pueden permitirse ir a cenar cuanto y cuando quieran a esos restaurantes tan caros y tan de moda, que hoy en día el que no entiende y disfruta de la alta cocina, de autor o de la exótica es un don nadie... yo tengo que ahorrar un mes para celebrar una noche especial con mi novio en el wok de a 40€ por cabeza... y el vino de los baratitos que si no nos quedamos sin postre...

Tristes infelices los pobres urbanitas, que no tienen más remedio que tragarse que un cubito de arroz envuelto en salmón, con una flor encima y un montón de salsa de soja para que aquello sepa a algo, es mas cool que un langostino a la plancha en la barra del bar de tu calle .Pobres porque no son de un entrañable pueblo donde ir a llenar el espíritu y la barriga, que como en casa de uno no se come en ningún sitio, tanta finura colocando los guisantes en hilera... ¡eso es una pérdida de tiempo y una falta de alimento! Un buen plato de lentejas con chorizo, los cachelos con repollo con su refrito de ajos por encima, la empanada de acelgas, el vino de casa, los guisos de mi madre y los churrascos de mi padre, los buñuelos de mi abuela y las truchas preñadas de jamón de mi tía, las vieiras rellenas que hace su marido en navidad, eso si es comer...

Cuando en la fiesta del pueblo ya estas lleno solo con los entrantes y te privas de coger otra croqueta porque hay que dejar sitio para el lacón con pimientos. La carne, el pescado, oh...y qué me dices de los postres, los postres son lo mejor, pasteles no pueden faltar y cada comensal aporta su especialidad, flan con nata, arroz con leche, tarta de queso, de piña, brazo de gitano... y luego vas por la tarde a dar una vuelta y en la terraza con la cervecita te comes las aceitunas, las patatas fritas, los cacahuetes y si más te ponen más comes...

Aunque hay gente muy lista, te descuidas y se comen todo el pincho, hasta el pepinillo de la vergüenza, el último no se come ¡hombre por dios! Que parece que no te den de comer en casa.... Son esos que no miran por nadie, se hartan ellos y no piensan en si se han comido la ración de otro. Que llegan a tu nevera se zampan el queso bueno sin preguntar, y venga a servirse refresco. Que en la pizzería te obligan a engullir porque el que antes acaba la porción antes coge la siguiente y el que no corre vuela...




Con lo bien que sienta comer con calma, degustando los manjares que tienes a tu disposición, igual que sabe mejor un beso lento y húmedo, se disfruta más lamiendo suavemente la nata sobre una fresa... aunque un beso apasionado tampoco sabe mal, como cuando chupas con avidez el chocolate que se escurre por el cono de un helado, los besos son como la fruta, como un mordisco a un melocotón jugoso, como cuando revienta una uva entre los labios, y son dulces como las golosinas, que te queda el paladar dulce un buen rato, aunque también son algo picantes, te hacen salivar sin remedio, cual chili en una fajita ¡órale, ándale, ándale!

Otoño-invierno 2006