lunes, 25 de enero de 2010

Las Cuatro Guerras

JOSÉ

Tenía a penas 10 años cuando nos sacaron de casa a rastras, a mi y a mi madre, dos Guardia Civiles. Esa mañana habían llegado al pueblo y se habían llevado a la cárcel a muchos, de mi casa no habían apresado a nadie, pero ahora se nos llevaban al monte y yo no sabía por qué.

Mi madre no dejaba de llorar en todo el camino, pero yo no. Decía que la llevaran a ella sola, que me dejaran en casa, pero yo le decía que no se preocupara. Era el único de los hermanos que quedaba en casa, el pequeño, los demás habían marchado a Francia hacía poco y mi hermana cogió un barco para América, así que la familia se había reducido a mis padres y yo, y esa mañana mi padre había marchado temprano con las vacas. Ojalá hubiéramos ido mamá y yo con él, porque lo que pasó después no se me olvidó en toda la vida.

Los guardias no dejaban de preguntarle a mi madre “¿Dónde están?” ¿Dónde estaban quiénes? ¿Las vacas?, me preguntaba yo. ¡Las vacas no estaban por allí! A muchos del pueblo les habían robado los animales y todo lo demás y se los habían llevado a la cárcel... ¡Pero nosotros no habíamos hecho nada!

Entonces nos paramos al pié de un robledal y me tiraron al suelo. Mi madre seguía llorando. ¡¿Dónde están?! Le gritaban. Ella decía que no sabía. Entonces me apuntaron a la cabeza con una pistola y mi madre empezó a gritar ¡No!¡No!¡Mi hijo!
No soy capaz de acordarme de cuanto duró aquello. Después dispararon al aire y se oyó ruido por el monte. Los guardias echaron a correr por el medio del robledal y nos dejaron allí.

Cuando pasó el tiempo lo entendí todo. Sólo tres de mis hermanos consiguieron llegar a Francia, los otros dos acabaron en una fosa común.
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ANTONIO
Estaba haciendo la mili cuando me llamaron a filas. Pedí un permiso para despedirme de mi familia y volví a casa. Cuando llegué le dije a mi madre que me llevara una bolsa con ropa y otras cosas al huerto que teníamos a las afueras del pueblo, que al día siguiente me iban a ir a buscar pero yo no les iba a dar tiempo de que me obligaran a pegarles tiros a mis vecinos y amigos. Que cuando llegaran dijera que yo no había regresado a casa.

Cuando oscureció salí hacia el huerto, cogí las cosas que me había dejado escondidas mi madre y me fui. Cogí el primer tren que pasó. Iba a Zaragoza.
Entré en un bar con un hambre de lobo y se me notaba el miedo en la cara. Una mujer que había allí, nada más verme me dijo “Vámonos de aquí” mirando de reojo a la otra punta del bar donde había una pareja de guardias. Yo la seguí.

Me llevó a su casa. No me hizo falta contarle lo que pasaba. Dijo que me hiciera el tonto mientras estuviera en Zaragoza y me puso a trabajar de peón con un amigo suyo. Dormía en el sofá de su casa y pronto me di cuenta de cómo se ganaba ella la vida. Hay mucha gente buena en el mundo que nunca va a ser valorada como se merece.
Un día yendo al tajo me paró un guardia y me dijo que fuera con él. Se había acabado.

Me esperaba el paredón o la Legión... A la semana estaba en el Riffien, fue la primera vez que cogí un barco.

Pero no se me olvidó lo que me dijo aquella mujer. Me hice el tonto todo lo que pude. Llevé muchos palos, hasta que me dijeron ¿¡Tú que cojones sabes hacer!? Y así fue como me convertí en el cocinero del cuartel.

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ARGENTINA

Un día se formó mucho jaleo en casa, yo estaba preparando las ovejas para llevarlas a pastar pero mi madre dijo que metiera mi ropa en un morral. Los guardias nos llevaron a un montón de gente del pueblo a la cárcel, yo era muy pequeña y casi no me acuerdo.

Lo que no se me olvidará son mis galochas. Me las habían regalado hace poco porque las otras me quedaban pequeñas y eran nuevas, por fin tenía unas nuevas y no de mis hermanos. El caso es que antes de entrar en la celda nos obligaron a dejar todas las cosas y descalzarnos. Yo veía el montón de galochas y pensaba que no iba a reconocer las mía cuando saliera, porque daba por hecho que al ver los guardias que éramos gente buena nos dejarían volver para casa.

Pasamos allí unos días y casi no nos daban de comer. Poco a poco fueron sacando a la gente y los primeros que salían se iban llevando las mejores galochas. Cuando nos tocó a mi y a mi familia quedaban las más viejas y estropeadas. Pero al menos íbamos a volver a casa.

Nos metieron en un coche muy grande y yo me dormí. Cuando por fin llegamos y nos bajaron, no entendía nada. No estábamos en casa. Nos habían llevado a Mozoncillo, que se vé que era un pueblo de Segovia que estaba muy lejos del mío. Allí nos metieron a toda mi familia en una casa muy pequeña y distinta a la mía y nos dieron una cartilla con la que nos iban a dar para comer.

Al principio pasábamos mucha hambre, pero luego se nos acostumbró el estómago al tamaño de la olla.
Lo único bueno que recuerdo de todo aquello fue que cuando volvimos al pueblo, yo ya sabía leer.

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DELFINA

Cuando empezó el revuelo de la guerra mi madre me metió en un coche y me mandó a Barcelona con mi hermana. Allí teníamos una tía. Cuando llegué y vi tanta gente y casas tan altas fue increible, pero lo que de verdad me impresionó fue el mar. ¡Era tanta agua junta! Era más agua que cuando el río venía grande después del deshielo.

En aquella ciudad tan grande pasé más hambre de la que había pasado jamás en el pueblo, trabajaba en una casa de ricos limpiando, pero no me daban casi de comer. Menos mal que mi tía nos metía un puñado de avellanas en el bolsillo a mi hermana y a mi. La pobre tampoco podía darnos mucho más y, lo que ganábamos tampoco nos daba para más que malvivir.

Lo bueno de Barcelona era que estaba con mi hermana y que veía cosas muy bonitas, y vestidos preciosos y mi tía, cuando cumplí 18, me regaló un lápiz de labios. A veces íbamos al baile. Allí conocí a un militar, era muy guapo y me quería dar a beber Calisay, pero yo no quería. A mi hermana no le hacía gracia que bailara tanto con él, pero a mi me gustaba un poco. Un día tuvo que irse y me prometió escribir. Me llegaron un par de cartas, pero luego ya no vinieron más. Un amigo suyo me dijo que lo habían matado.

Antes de volver al pueblo me compré una botella de Calisay y las noches que estaba muy triste bebía un sorbito.

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Dedicado a mis abuelos y abuelas, a quienes tuve la suerte de escuchar estas historias.

La mejor herencia, la que me dejasteis en la cabeza y el corazón.

NOTA: Las imágenes pertenecen a mi familia, ruego no hacer uso de ellas.

lunes, 4 de enero de 2010

El Ácido


Qué más da si rezo o si escribo,
ni siquiera atiendo a razones.
Qué importa si aplasto mi corazón
para extraerle todo el ácido.
De nada sirve ya llorar ni implorar,
Vivo del veneno que aun me queda.
Qué puedo hacer sino seguir adelante.
Porque aunque muera cada noche,
o me mate, o me pierda o me encuentren...
aunque el sueño me abandone
y el sol se olvide de mi.
Tras la persiana seguirá brillando un nuevo día.