martes, 22 de junio de 2010

Disertación de un solsticio de verano


Primero hay que recordar.
Repasar todos y cada uno de los instantes minuciosamente. Escudriñando cada rincón de cada palabra dicha en cada instante concreto y darle vueltas a los contextos, cada cual más extraño… o surrealista, como diría una que yo me sé. Mirar una y otra vez al microscopio, una por una, todas esas acciones y reacciones con sus causas y efectos. Examinando daños colaterales y bajas propias. Repasar las alternativas que hubo y fueron desechadas. Disecciones retrospectivas que me sirven para hacer un vago boceto de quién pretende ser.

Después imaginar.
Llenar todos los huecos vacíos a base de suposiciones, deducciones e ilusiones. Adornando el antes mencionado boceto con un montón de recortes de revistas, con trocitos de diálogo de película, con un toque de cada cosa que me gusta y montar un teatrito de almohada y lagrimón que llene esos instantes de duermevela al parecer inevitables cuando aunas aburrimiento y soledad.

Luego espiar.
Descubrir desde el rincón más insospechado, que la realidad es clara y cruda. Cuando ves en su hábitat al sujeto, sin coacciones conductistas, puede llenarte de admiración en un primer instante para luego desembocar en la absoluta decepción. Todo ese diletantismo pseudobohemio que te recuerda que prefieres la pintura a la fotografía.

Por último concluir.
Al fin y al cabo, lo emocionante es el camino, la superación de obstáculos, la persecución, la caza. Lo que excita, encoleriza, alegra y desespera. Lo que te hace sentir la sangre correr por las venas. Por eso es bueno que me recuerden de vez en cuando que ya pagué más de una vez el precio, solo que no acabé montando un pura sangre, sino que he de conformarme con colgar un trofeo en la pared.

Lástima.

domingo, 13 de junio de 2010

Cosas por hacer


—Me paso todo el día en la oficina, salgo temprano del apartamento y vuelvo tarde. Cuando llega el viernes por la tarde cojo un tren y me voy a la venta. Me quito la puta camisa que aun no he aprendido a planchar del todo bien, cojo la bici y me voy a dar un paseo. Desde hace un tiempo me da por plantar árboles y algunas verduras.

—Ya me habías contado.

—Bueno, pues tras la última enajenación mental, aquel viernes que por fin me atreví a decirle a Jimena que creía que quizá podría haber algo y, tras su excusa estúpida de que acababa de salir de una relación, me compré una desbrozadora.

—Madre mía Jesús… ¿Una desbrozadora?

—Ya lo sé, debería haber nacido treinta años antes…

—No es eso, es que no puedes estar siempre en tu refugio, tienes que dejar que sucedan cosas, aunque no sean de tu agrado.

—Es sólo que nunca encuentro el valor suficiente para hacer lo que quiero, pienso demasiado y al final, no sé si las decisiones que tomo son correctas. Además no estoy dispuesto a renunciar a lo que me gusta, ni a hacer todas esas cosas insustanciales que se supone debo hacer, o haber hecho ya a mi edad. Y qué quieres que te diga, quizá ya sea tarde para empezar.

— ¡Eso nunca! Nunca es tarde. Además, yo te voy a ayudar. Pídeme lo que quieras, empecemos por el principio. ¿Qué te gustaría hacer?

_Volver a aquel septiembre sin televisión.

Para el 8 de San Cosme

viernes, 11 de junio de 2010

Inabarcable


El pelo se le pegó a la espalda cuando salió del agua, oscuro y serpenteante se le escurrió camino abajo hasta formar un pequeño charco en la piedra. Se sentó al borde y comenzó a llenar la superficie líquida de onditas con los movimientos de sus pies. Se quedó así un rato, abrasada por el sol de mediodía, absorta en sus pensamientos… “Es inabarcable como las arenas del desierto” se repetía una y otra vez. Entonces se volvió a tirar al agua. Llevaba todo el día tratando de apagar la idea de pedirle que viniese.