viernes, 10 de enero de 2014

Cántame José


Lo mejor de hacerse mayor es que realmente aprecias las cosas que te cuentan los más mayores aún.
En este caso las que te recitan y te cantan.
El señor José, aunque se hizo un poco el duro, acabó acercándose a la grabadora del móvil para que quede constancia para siempre de estas perlas que de otro modo se perderían en la memoria de otros tiempos.

La poesía que usaba para ligar:

De noche sueño siempre contigo
y cuando despierto, triste lloro,
de pena feliz de amor.
Creo morir.
Los celos de perderte son grandes.


Y el vals de la vieja hambrienta, Sete cuncas:

Unha vella, sete cuncas de papas de millo comeu.
E comeu e comeu e comeu e recuncou.
Fixo coma un foguete no aire:
¡Chispou! ¡estoupou!

Traducida sería algo así:
Una vieja, siete cuencos de papas de maíz comió.
Y comió y comió y comió y repitió.
Hizo como un cohete (fuego artificial) en el aire:
¡Chispeó! ¡Explotó!

Pues aquí quedan para la posteridad, para que os las aprendáis y las cantéis cuando queráis.

Por descontado, el post va dedicado a José y a los que compartimos con él el trabajo y los buenos momentos de esos días, pero también para todos los "Josés" que cantan cantares y coplas, para que no se vayan cuando se vayan ellos.

Regalo de Navidad


Oh, la Navidad, tiempo de amor, paz y protectores estomacales. De comer con champán, matar cerdos y desayunar turrón porque sólo compraste dos pero te han regalado 14 así que habrá turrón por casa hasta Semana Santa. Tiempo de frío, juntanzas y regalos.

Como viene sucediendo los últimos años, en Nochebuena subimos a Cante, Cantejeira para los foráneos, Canteixeira para los oriundos.

Imaginaos una casa rectangular con una cocina de leña en el extremo izquierdo, una chimenea en el derecho y por el medio un pasillo templado por el que se accede a las habitaciones a temperatura gélido invierno.

Pues bien, tras una noche de mucho comer y beber, cuando logramos acostar a los niños y ya no se podía alargar más la sobremesa, nos fuimos cada uno a su habitación. Pertrechados con pijamas de franela, calcetines por fuera del pantalón, manta eléctrica y cobertores de lana, cada uno se hizo su nidito y se fue a dormir esperando despertarse con los gritos mañaneros de los niños abriendo regalos.

Quiso la ruralidad del momento que mi habitación no tuviese enchufes y la alargadera, que venía de la cocina, estuviese ocupada por la manta eléctrica, así que el móvil se fue a dormir al igual que yo. Como no uso reloj y el móvil seguía durmiendo me desperté sin saber qué hora era. No se oían niños, así que debía ser demasiado temprano aun… Quería quedarme en la cama, pero el champán de la noche me empujaba a lo contrario. Recordé que en esa habitación solía haber un orinal, pero finalmente opté por levantarme. Con el ojo medio pegado me dio la sensación de que había mucha claridad entrando por las rendijas. Junto al árbol del comedor, un montón de juguetes esperando y los niños aún dormidos como cestos. Entré al baño, me senté en la congelada taza y abrí una contra. Tardé unos segundos en darme cuenta pero allí estaba, regalazo de navidad: Una estupenda nevada sorpresa que lo cubría todo.

Cogí la cámara, me puse el abrigo de mi tío, las galochas de la abuela y salí sigilosamente a capturar el momento.

Esa mañana desayunamos todos con un sabor de boca especial, porque era probablemente la última vez que lo haríamos en esa misma cocina y con esas mismas vistas.

Mi regalo de Navidad fue una maravilla y aquí lo comparto con vosotros.