lunes, 30 de diciembre de 2019

El alquiler del prao da Fonte


Mi abuela Argen tenía un prao pequeño al lado de la fuente del pueblo. Amelia da Fonte, una vecina, le alquilaba el prao porque estaba al lado de su casa y le iba muy bien para coger la hierba para las vacas. El alquiler anual era simbólico, no creo que fueran ni 2€.
Cuando la abuela falleció, ese prao le tocó a mí padre, así que Amelia vino a casa a preguntarnos cuánto le íbamos a cobrar. Mi padre le dijo que el prao iba a ser mío, así que negociamos entre las dos. 
Le dije que me pagar con una botella de leche de verdad cuando pasara las vacaciones en el pueblo. 
Este verano pasado no tenía vacas con ternero así que "no me pudo pagar". Esta mañana llegó a casa con el alquiler y los atrasos...
No sabéis lo que vale ese alquiler... Ese alquiler es una máquina del tiempo al ástrago de la casa vieja, con mi abuela y los terneros y el vaso de plástico rojo lleno de leche recién muxida.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Cómo descansar en el bosque

Sales del sendero, te metes en el bosque agachándote para pasar bajo las ramas, cual animalejo. Cuando te rodee completamente el monte, te sientas, te callas, respiras, esperas...

La diminuta araña que pendía del hilo que se enganchó a la manga de tu chaqueta, recorre tus nudillos dejando un cosquilleo en ellos y salta al vacío, rapelando hasta la bota y desaparece.

Un hormiga la saluda y te mira, mira tu bota, está sopesando si será mejor cruzar sobre ella o rodearla. Detrás viene otra con un trozo de hierba seca que se le atora en una raíz y está un rato dándole meneos hasta sacarla. La de la bota decide cruzar por encima pero, a medio camino, da la vuelta y vuelva a bajar y sube y baja y rodea otro rato. No es una decisión sencilla por lo visto.

De fondo hay conversaciones pajariles.  ¿Algún día aprenderé a distinguir un carbonero de un pinzón? ¿A saber qué tengo que buscar con los ojos, según lo que oiga cantar? Entonces cruje una hoja.

Las hojas pueden crujir por muchas cosas y bailar escandalosamente así que nunca sabes exactamente si ha pasado corriendo una musaraña o una ráfaga de brisa te ha tomado el pelo.

Entonces cae una piña y miras hacia arriba con la ilusión de ver una ardilla. Y a veces la ves. 

Has estado media hora quizá, tienes las manos frías, el culo dolorido, te levantas torpe y haciendo más ruido que el camión de la basura ¡Cuánto ruido hacemos! Te apoyas en un tronco lleno de liquen y musgo, qué suave y especial es el musgo... 

Regresas al sendero.