jueves, 15 de diciembre de 2011

El cuento de los conejitos


Como todos los martes, el señor José de Cantejeira bajó a vender sus conejos a la feria de Villafranca sin ser consciente del drama que iba a ocurrir… Resulta que entre sus conejos, había uno gris con una orejita caída, que estaba enamorado de una conejita blanca preciosa y justo aquel día que iba a declararle su amor, la compró el señor Antonio y la conejita se tuvo que quedar en Villafranca.

Al regresar a casa, el conejo gris tenía tanta pena que decidió escaparse e ir en su busca. Se puso sus mejores galas: camisa blanca, pajarita, chaqué, sombrero de copa, los zapatos nuevos y un bastón, se colocó la oreja caída bien tiesa para arriba, hizo un ramo de margaritas y echó a correr montaña abajo.

Cuando llegó a Balboa se encontró con un mastín con malas pulgas que no le dejaba pasar.

— ¿Dónde vas Conejo!
—A buscar a la Conejita blanca.
—Pues por aquí no pasas si no me das algo a cambio.
—Como veo que tienes malas pulgas te voy a dar este bastón para que te puedas rascar la espalda, ¿qué te parece?
El Mastín aceptó el trato y le dejó pasar.

Al llegar a Quintela un gato pardo esmirriado con cara de querer comérselo, se plantó en medió del camino y le dijo:
— ¿Dónde vas Conejo!
—A buscar a la Conejita blanca.
—Pues por aquí no pasas si no me das algo de comer.
—No tengo nada de comer, pero puedo darte esta pajarita para que la lleves en vez de ese cascabel, así los ratones no se enterarán cuando te acerques a ellos.
Al Gato le pareció un buen trato y le dejó pasar.

Ya iba el conejo por Ambasmestas cuando un burro se cruzó en su camino.
—¿Dónde vas Conejo!
—A buscar a la Conejita blanca.
—Pues súbete, que yo voy a La Portela a arar un huerto y así me haces compañía.
El conejo le estaba tan agradecido, que le dio las margaritas, pues veía que al burro le hacían trabajar mucho y le daban de comer poco.

Cuando iba el conejo ya por Trabadelo, se encontró con una oveja que estaba llorando desconsolada.
—¿Qué te pasa Oveja?
—Que me acaban de esquilar y ahora voy a tener mucho frío.
—Tranquila Oveja yo te doy mi chaqué, que como voy corriendo a buscar a la Conejita Blanca estoy acalorado y no me hará falta.
La oveja en agradecimiento, arrancó una flor de geranio que colgaba de una ventana y se la dio para su conejita.

El conejo, muy contento, siguió corre que te corre y llegó rápido a Pereje, donde se encontró con un Gallo que le preguntó:
— ¿Dónde vas tan rápido Conejo!
—A buscar a la Conejita blanca.
—No te fíes Conejo, yo tenía a todas esas gallinas loquitas por mí y se han ido con aquel gallo que tiene la cresta tan grande.
—No te rindas señor Gallo, ponte mi sombrero que así estarás muy elegante y las volverás a conquistar.
— ¡Muchas gracias Conejo! Toma, en agradecimiento te voy a dar una pluma para que le escribas una carta de amor.

El conejo cogió la pluma y siguió su camino. Pero de repente, el cielo se puso muy negro y empezó a llover. Y el conejo corre que corre y el cielo llueve que llueve.

Cuando por fin llegó a Villafranca a casa de la Conejita blanca, estaba todo empapado. La camisa, con el agua, había encogido, los zapatos le hacían chof, el geranio se quedó sin pétalos y la orejita se le cayó.

La conejita al verlo, llevó tanta alegría que le dio un beso y los dos con la pluma, escribieron esta historia de amor.

...Así más o menos era como improvisaba mi madre los cuentos cundo me ponía muy terca y no quería comer de pequeñita y de paso me enseñaba los pueblos que hay desde Cantejeira a Villafranca. Gracias mamá, por toda la paciencia que has tenido y siempre tienes con todo y conmigo especialmente.