domingo, 7 de abril de 2013

Semana Santa'13: Agua para todos

Foto de J.Lamas: Garelo da Fervencia (marzo'13, Canteixeira)

Viernes antes: En un visto y no visto, dormida como un Lechoncito, pasé del sol a ratos a la lluvia finita y constante de toda la vida, así se hace más fácil saber que está uno en casa.

Sábado antes: Abrir la ventana y que huela a carbón, subir a por olivo y que huela a laurel, ver crecer el río y las cañaveiras, cenar hasta no poder más y probar las primeras limonadas en la mejor compañía.

Domingo de Ramos: No podía faltar la misa eterna con su recaudación para la calefacción de cada año. Como novedad subimos a ver como las aguas dieron un zarpazo a la "Caborca da Osa" y transformaron al Garelo en las Cataratas da Fervencia.

Lunes santo: Chapotear cual niñas, disfrazarnos, dormir la siesta, contar cuentos, pintarnos los labios de rojo chupachups... qué importan 23 años de diferencia cuando somos "Reinas del otro Lao"

Martes santo: Con la llovizna incesante tocó ejercer de ama de casa, repostera y ahijada sobre ruedas. Cada día se confirma que mis manías colocando la compra son heredadas y hay que celebrarlo como si España le hubiera ganado a Francia.

Miércoles santo: No hay nada mejor para sentirse... adulta... que hacer de niñera y acudir al teatro a ver a prepúberes danzando, vigilados por caras conocidas con alguna cana de más. Faltaron una ceja levantada y se cayó una lágrima por un chirimbolo de bádminton que levantó el vuelo para siempre, para bailar sevillanas y hacernos correr y cuidarnos arriba como nos cuidaba abajo.

Jueves santo: Los limpiaparabrisas asombrados, un nudo en el estómago, unos enamorados en el parque, café con mamá, cincuenta álbumes de fotos y una habitación con vista al río Burbia. Grifos, botelo, androlla, chorizos, cachelos, tiramisú, limonadas, buscar piedras, una siesta, más limonadas, encuentros, reencuentros, unas limonadas más, mucho trabajo, surrealismos que no podían faltar y a pelear con un amanecer tormentoso para acabar acurrucada al fin.

Viernes santo: Amaneció a medio día, me comí sola el pulpo y el marrón, pero mereció la pena. Lavamos las camisas a mano porque las mojamos de nomeacuerdos. La noche se llenó de mininazarenas, encuentros eclesiásticos con música de fondo, mucho sueño y papitos zen rockeros entre chupitos de chocolate y típicas fotos de viernes.

Sábado santo: Firmar la paz con cordero y torrijas. Visitar las goteras de San Francisco y hacer una buena ronda pasada por agua, con buena música, historias de osos, regalitos y final apoteósico cutre ochentero en un escenario de película que, de no haber existido hace muchos años atrás, puede que ni yo hubiese nacido.

Domingo de resurrección: El sol da una tregua para ver la única procesión, debatir sobre cómo educar a los niños en la misma mesa donde nos comimos la croqueta aquella del verano, ver búfalos, avutardas, cernícalos y buitres negros, comernos un panecillo, decir adiós y regresar a casa triste bajo un cielo amenazante de diluvio. Y llovió... y ya no paró.

Lunes de Pascua: Un día gris, esperando a que se acabase, llenando maletas de recuerdos surrealistas como cada año, se hace corto, se hace doloroso, se hace indispensable. Y la presa arrastra un tronco que se detiene en el banzao, revientan las fuentes y se inundan los campos de Castilla cuando nos ven marchar.

Chapotear en los charcos


Y aquellas palabras acostumbradas a quemar, de pronto, se derriten entre los dedos templados del tiempo _¡Manos arriba! Asalto a las seis..._ se escurren por las muñecas de cuero, resbalan como el último trago de la enésima copa y acaban en un charco salado en el suelo.

Ni piedras, ni cuestas, ni escaleras, ni relojes, ni llaves...

Las quemaduras del hielo son difíciles de curar, pero finalmente lo hacen. Marchando sola, soportando la tormenta y volviéndose a marchar... allí donde mejor se está: hecha un ovillo de lágrimas de miedo y felicidad.