viernes, 10 de octubre de 2008

Los días iguales


A Delfinita.

Sentada en el mismo sofá donde hizo reír a tantas generaciones, las horas son iguales para ella, los días son siempre el mismo día. Las caras son las mismas, el tiempo no pasa. Yo sigo siendo la niña de 16 años a la que daba los cinco duros que sobraban del pan. A veces soy su nieta, a veces soy su hija, a veces soy su madre, otras, no soy.

La despierto cada mañana y, que horror ese segundo en el que entro a la habitación cantando una de sus coplas mientras subo la persiana, ese segundo en el que deseo tanto que siga respirando como temo que no lo haga, y con sus ojitos escondidos bajo la piel descolgada, me mira sin saber a penas donde está; le doy un beso y le digo “Despierta rubita, que ya es hora”.

A pasitos cortos e inestables va llegando al baño, la aseo, la visto, y le cuento el día, como si se fuera a enterar: “¡Hace un día más bueno…! Y eso que ya estamos acabando el verano, ¿sabes de qué año? de 2008. Hala, vamos a desayunar que después voy a hacer la compra. ¿Te apetece pollo?” Y mientras le sirvo el café con leche ella pregunta “¿Estamos solitas? ¿Y mamá?”. “Mamá fue a trabajar y esta tarde las que vamos a trabajar somos nosotras ¿vale? que tenemos que hacer salsa de tomate”. “Bueno, trabaja tú y yo te miro” Me contesta riéndose.

Y así con la charla ya la tengo lista y la siento en el sofá para que lea un rato. La misma revista todos los días, los mismos titulares grandes, las mismas incoherencias. Otras veces dormita, otras se levanta para ver pasar el Valcarce por la ventana. Aunque su juego favorito es separar alubias de garbanzos que tenemos mezclados en una cesta, se pasa horas la mar de entretenida, “¡Quiero trabajar!” me dice y yo cojo, se lo mezclo otra vez y vuelta a empezar.

Imagino que las noches son lo peor para ella, cuando su cerebro quizá recobre la lucidez por instantes, o la pierda más, ya no sé. Pregunta por el abuelo, o no sabe ni dónde está. Pasea y pasea al baño una y otra vez, a veces solo para sentarse, igual es que se le olvida para qué se levantó…

Pero su sonrisa y su cariño son perennes, no te niega un beso, ni un chiste, ni una canción:

“Que triste es la vida tan lejos de ti, sabiendo de cierto que es de otra el amor”

“Amor con amor se paga y tu lo verás, tus besos y tus caricias me harán olvidar”

“Me quisiste, me olvidaste, me volviste a querer, zapato que yo me quito, no me lo vuelvo a poner”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

En este momento no se si darte un beso o una torta, porque me has hecho llorar a lágrima viva, en el trabajo..
Tu relato podría ser el mío, aunque por desgracia el mío terminó hace ya. Sin embargo, me has hecho recordar la sonrisa, la arrugada piel, como agradecía tanto los besos..
Gracias, en definitiva, por hacerme revivir momentos.

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Me emocionaste, lamas, con este texto tan tierno. Es triste comprobar cómo nuestros seres queridos se van consumiendo poco a poco como una vela y pierden sus facultades esenciales: las que permiten llamar vida a esto que hacemos.
Te felicito una vez más. Gracias por compartir.Un cordial saludo

Lamas dijo...

Mi abuela siempre me dice que las flores las quiere disfrutar mientras esté viva, que luego es tontería. Esto sólo pretende ser un ramo bien grande para ella, aunque me alegra que os haya hecho sentir.

Un saludo!!

susana dijo...

Precioso texto,muy emotivo, me has puesto la carne de gallina!!!!!!