martes, 21 de octubre de 2008

Dulce café sin azúcar


Había pedido la tarde libre en la biblioteca.

Incliné el espejo hacia delante para poder verme de cuerpo entero. La esfera plateada del collar que había colgado en una de sus esquinas penduleó como una plomada indicando la perfecta verticalidad. Me miré los zapatos. Respiré hondo, metí las llaves en el bolso y cogí el paraguas.

Mientras bajaba la escalera, el eco del taconeo se mezclaba con las vibraciones de vidrio y aluminio que producía el viento de la calle en el portal. Miré el reloj, no solía llevarlo así que tenía en la muñeca la sensación de que un cuerpo extraño la apresaba, un último vistazo en el espejo que hay junto a los buzones, qué poco me iba a durar el pelo liso…

Al abrir la puerta noté el frío y mi cuerpo decidió que cuanto más rápido caminase, menos posibilidades de congelación tendría, así que abrí el paraguas confiando en que no se diera la vuelta y resistiera el trayecto sin romperse.

Llegué a la cafetería quince minutos antes, pedí un café con leche fría al camarero mientras me quitaba el abrigo y la bufanda. El cuello vuelto me picaba, notaba un calor horrible allí dentro, seguro que tenía la cara roja así que entré al baño para refrescarme. Los primeros bucles habían hecho aparición en mi peinado y tenía los zapatos empapados. Suspiré, forcé una sonrisa mientras erguía la cabeza y regresé a la mesa.

Me tomé el café sin ganas y sin azúcar. El reloj me estaba torturando, era de esos sin hebilla, con cierre metálico. No podía dejar de rascarme la muñeca y el picor en el cuello no cesaba. Seguía sudando así que pedí un vaso de agua.

A las cinco de la tarde ya me había comido el carmín, media manicura y tenía sobre la mesa dos cafés, dos vasos de agua, cinco colillas en el cenicero y un reloj con la correa rota. Había ido tres veces al baño, llamado a siete personas y sólo me quedaba algo por hacer. Irme.

Me acerqué a la barra para pagar y no pude evitarlo, le pregunté al camarero si le había pasado algo a la chica que trabajaba en el turno de tarde. Me dijo que había estado por la mañana, que esa tarde tenía que ir a hacer no sé qué a la biblioteca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya mala casualidad... Al menos estaba claro que la camarera también tenía interés por verte!
Me encanta la foto :)

Saludos!

Lamas dijo...

Jajajajajaja! No todo lo que escribo me pasa a mí! Este es un cuento contado en primera persona, nada más. En este caso pretnedía contar una historia de amor entre dos mujeres, igual que en el anterior una de desamor entre dos hombres. Será que no logro comunicarlo del todo bien :(

Abel dijo...

Lo logras, si señora, lo logras. En el otro no me empané, pero de este si, y cuando lei las 5 últimas lineas dije, joder!!!

Mu buena Lamas

Un abrazo

Lamas dijo...

Gracias Abel, me alegra que te haya gustado.
Un saludo!!