sábado, 21 de diciembre de 2019

Cómo descansar en el bosque

Sales del sendero, te metes en el bosque agachándote para pasar bajo las ramas, cual animalejo. Cuando te rodee completamente el monte, te sientas, te callas, respiras, esperas...

La diminuta araña que pendía del hilo que se enganchó a la manga de tu chaqueta, recorre tus nudillos dejando un cosquilleo en ellos y salta al vacío, rapelando hasta la bota y desaparece.

Un hormiga la saluda y te mira, mira tu bota, está sopesando si será mejor cruzar sobre ella o rodearla. Detrás viene otra con un trozo de hierba seca que se le atora en una raíz y está un rato dándole meneos hasta sacarla. La de la bota decide cruzar por encima pero, a medio camino, da la vuelta y vuelva a bajar y sube y baja y rodea otro rato. No es una decisión sencilla por lo visto.

De fondo hay conversaciones pajariles.  ¿Algún día aprenderé a distinguir un carbonero de un pinzón? ¿A saber qué tengo que buscar con los ojos, según lo que oiga cantar? Entonces cruje una hoja.

Las hojas pueden crujir por muchas cosas y bailar escandalosamente así que nunca sabes exactamente si ha pasado corriendo una musaraña o una ráfaga de brisa te ha tomado el pelo.

Entonces cae una piña y miras hacia arriba con la ilusión de ver una ardilla. Y a veces la ves. 

Has estado media hora quizá, tienes las manos frías, el culo dolorido, te levantas torpe y haciendo más ruido que el camión de la basura ¡Cuánto ruido hacemos! Te apoyas en un tronco lleno de liquen y musgo, qué suave y especial es el musgo... 

Regresas al sendero.


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