jueves, 28 de abril de 2011

Semana Santa 2011


Esta Semana Santa ha sido bastante distinta de las demás. Combinando a la perfección familia y ocio, durmiendo menos y trabajando más. Pero sin duda alguna lo mejor de esta Semana fueron, como siempre, los surrealismos:

Viernes antes: Un encuentro inesperado a la salida de la universidad que me alegró más por la sorpresa, que jamás lo hubiera imaginado (y mira que he imaginado cosas al respecto…) que por el hecho de haberme tirado media hora hablando con alguien que ni siquiera conozco.

Sábado antes: Otra charla de esas que nunca había mantenido. Volver a hacer el paseo de Yaco y disfrutarlo igual que aquel día y ya que volvía a ser niña, echarme a rodar curtiña abajo. Descubrirle a mi padre un rincón maravilloso del pueblo que en treinta años viviendo allí, todavía no había visto.

Domingo de Ramos: La tradición de subir y bajar cuestas empedradas en tacones se complicó con la incorporación de una pequeñuela de tres años que aguantó estoica el ramo, el sermón anual de don Tomás recordándonos que la colecta es para pagar la calefacción y que se conformó por que a ella no le daban galletas en la iglesia a cambio de unas aceitunas en el bar. El surrealismo mayor vino por la noche cuando un barman recordó que me había hecho una foto en su bar 10 años antes con alguien que ese día, casualmente, quedó mudo de cobardía.

Lunes Santo: Tras un día de trámites, escuadra y cartabón, llegó la noche y la lluvia. Nada del otro mundo si no fuera porque descubrí el mundo húmedo primaveral nocturno de “La caza del caracol” se cogían a puñados… No sé por qué dicen que sacan los cuernos al sol. Pobres ¡no saben lo que les espera!

Martes Santo: Fue agradable que tras tantos años de amistad no me hiciera falta un saca corchos para sacar ciertas conversaciones… Aunque lo mismo fueron las limonadas…

Miércoles Santo: Pasarse la Copa del Rey en el bar, rodeada de forofos, conversando por el whatsapp de barbacoas, añadió surrealismo a la victoria del Real Madrid. También fue curioso que me confundieran con mi prima por llevar el mismo peinado y las mismas compañías.

Jueves Santo: El pueblo entero estuvo sin agua hasta las 6 de la tarde debido a que un rayo de la tormenta del día anterior cayó en las bombas del depósito de agua… Pero no fue nada en comparación con que un pelotón de ciclistas gritase mi nombre y que sean unos amigos que hace años no veía… Es lo que tiene vivir en pleno Camino de Santiago supongo.

Viernes Santo: Para variar, no hubo procesión de santos, pero se armó una buena por los bares y nosotras la hicimos a deshora y a contracorriente, disfrutando los “Merosoles” sin aglomeraciones aunque tarde o temprano, acabas encontrándote hasta con JesuCristo bendito. Hasta acabé con una pulsera traída de Milán que evocaba los nuevos tiempos que están por venir.

Sábado Santo: Día de hacer maletas y rellenar tuppers. Por la tarde fuimos al Molino ya sintiendo la morriña cerca y con un cansancio grave que transformó las limonadas primero en mosto y luego ya en crema de orujo, que no se diga que no somos del Bierzo.

Domingo de Resurrección: El viaje, entre cabezadas y lágrimas, para seguir la tradición. Aunque esta vez era yo quien ofrecía el hombro y el pañuelo. Y al llegar al fin a Madrid, otra sorpresa de bienvenida… Se ve que doy más suerte que las flores del corner de Pantic y un dato interesante: Quizá Francia no sea solo el dónde, sino también el cuándo.