viernes, 11 de enero de 2013

De Musas y Cenas



Estoy tremendamente molesta con mi musa.

He estado releyendo papeles antiguos y relatos que nunca llegué a publicar y son una gozada. Llenos de locura, amargura, desesperación y pena. Eran, de esos que me salen con “una prosa poética que mola un montón” —como diría Kiram. Y son relatos sin metáforas, de los que se entienden bien, de los que me salían como churros. Vamos, que a mi me gustan.

Pero claro, la dichosa musa, cuando una está pletórica, tranquila, esperanzada y feliz, se toma vacaciones y me deja sola frente a una hoja en blanco.

Así que he decidido coger uno de esos relatos y enseñároslo, porque aunque el orden de los acontecimientos cambiase, fuesen vieiras en vez de lubina, no hubiese corbatas ni velas o, en vez de cristales rotos hubiese peleas con descorchadores y lo más importante, fuéramos cuatro, al final las cosas que desde la tristeza imaginas que te harían feliz, a veces se cumplen y aunque no me salga igual de bonito contarlas, la sensación de vivirlas es mucho mejor.





Cena para nadie 


Hay una casa perdida, rodeada de viento y hojas que aún se soportan a duras penas en las ramas, pájaros grises que se encaraman a las ya desnudas, silencio roto por la lluvia suave que esponja la hierba y un fuego crepitando.

Con los ojos cerrados se oye un latido encerrado en una cajita, bajo siete llaves y en la cocina el horno empieza a calentarse. El cuchillo más afilado hace que las lágrimas de cebolla se escurran hasta la tabla... y el corcho de una botella de vino estalla irremediablemente de euforia, tiembla la bandeja mientras se adentra en el horno y ya solo queda esperar....

El minutero acompaña el ritmo del perfume en las muñecas, se tensa con el nylon de las medias y se acompasa con los paseos ansiosos en tacones. Las copas, los cubiertos...

Suena el reloj del horno, la botella de vino rueda por el suelo y se detiene en los tacones que yacen junto a las medias y el vestido, la bandeja ya se había deslizado entre sus manos y los cristales rotos salpicaban la habitación.

La ducha helada no era capaz de calmar tanta locura, lo había visto allí, con ella, en la cocina, salpimentando la lubina, colocando las servilletas, apretándose la corbata, riéndose con una copa de vino en la mano, encendiendo una vela.


1 comentario:

Chary Serrano dijo...

Un buen rescate, mereció la pena sacarlo.