miércoles, 19 de diciembre de 2012

Señores de andar por casa: (IV) Una tarde de fútbol




Anselmo apenas necesitó un poco de apoyo por parte de Salvador para decidirse a contratar TV por cable, un pack deportivo concretamente, con el que aseguraba varias ligas de distintos continentes y muchas otras competiciones de su agrado. Básicamente fútbol, mucho fútbol y un poco más de fútbol. La escena transcurría tal que así:

— ¡Salvador! —Gritaba Anselmo—. ¡Va a empezar!

—Sí, sí, ya bajo —decía Salvador con la cabeza dentro de la nevera—. Voy a coger un vinito, ¿llevo algo más?

—He hecho tortilla de patata.

—Estupendo. Pues voy a hacer una ensalada también.

Se sentaban en el sofá, cada uno con su bandeja en el regazo y comenzaba un murmullo futbolístico ininteligible hasta que finalizaba el partido, se daban las buenas noches y cada uno volvía a sus quehaceres.

Un día de derbi la cosa se animó bastante. Salvador fue a buscar a su hijo Federico, yo me uní a ellos y también Marla, la hija de Anselmo y su novio Marcos; así que la tortilla de patata se duplicó, la ensalada también, hicimos palomitas, patatas fritas, hojaldres salados calientes, aceitunas, vino, cerveza, refrescos y nos sentamos todos “en familia” a ver cómo ciento y pico millones de euros en pantalón corto, jugaban a quitarse una pelotita (qué visión tan femenina, eh). Y ahí salieron las personalidades de cada uno casi sin darnos cuenta.

Marla, que estaba con cara larga desde el principio, a los 15 minutos se sirvió un poco de todo y dijo:

—Paso. Me voy a la cocina —Marcos la miró con cara de corderito degollado—. Tú haz lo que quieras.

Marcos se quedó en el sofá, comió una patata y empezó a mover el pie a gran velocidad. Tardó diez minutos en levantarse e ir a la cocina a la voz de “¿Estás enfadada, cariño?”. No se les volvió a ver el resto de la velada.

Anselmo es un jugador frustrado, tras su lesión de juventud quedó apartado del terreno de juego, así que hacía de comentarista resabiado y nunca le gustaba cómo jugaban los contrincantes: que si suben, que si bajan, que si no se abren, que si no se cierran, las bandas, el medio campo, que si tanto toque le aburre y su frase estrella:

—Yo no digo que lo dejen impedido, como me pasó a mí, pero un valiente que le haga una falta buena que lo deje seis mesecitos en su casa, al enano cabrón este, pelotudo ¡pero arréenle de una vez!

Salvador en cambio era un autocrítico de su equipo: Este jugador está poco motivado esta temporada, este otro no está certero, este no está a lo que tiene que estar, este arrastra una lesión, este está quemado, a este no lo valoran lo suficiente, a este lo valoran demasiado. Y su frase estrella:

—Voy a tener que volver al cuarto de baño para que marquemos otro gol ¡parece que están esperando a que yo me levante!

Federico, el hijo de Salvador, era bastante reservado. No despegó los ojos del televisor y se limitaba a emitir gruñidos (quizá porque siempre tenía la boca llena), quejidos y demás onomatopeyas: ¡Uy!, sísisisisiss, nononono, aaarrrrggg, brrrrr, pfffff, eeeeeh, ooooooh, vamos, ahí, goooool.

Yo, por mi parte, me dediqué todo el partido a tomar prestadas frases de mis compañeros de sofá y transcribirlas como propias en un debate whatsappero con el corresponsal del equipo contrario, que estaba en el campo. Al final ganamos los dos las apuestas: hubo empate.

….Y a la mañana siguiente le tocó fregar a Marla.


1 comentario:

Choto dijo...

Hombre lamas! Ya era hora que escribieras un relato que se entiende! Está muy bien! A ver si un día hacemos una quedada y nos vemos, que te quiero enseñar un post que tengo. Besos